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8 DE MAYO: FIESTA DE LA MEDIACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


De la carta encíclica Redemptoris Mater
San Juan Pablo II, papa
Tercera parte, números 38 y 39


María, Esclava del Señor

38. La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro mediador: « Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos » (1 Tm 2, 5-6). « La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder » 94: es mediación en Cristo.

La Iglesia sabe y enseña que « todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta ».95 Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina, mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.

Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una mediación participada.96 En efecto, si « jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor », al mismo tiempo « la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente »; y así « la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas ».97

La enseñanza del Concilio Vaticano II presenta la verdad sobre la mediación de María como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo. Leemos al respecto: « La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador ».98 Esta función es, al mismo tiempo, especial y extraordinaria. Brota de su maternidad divina y puede ser comprendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena verdad de esta maternidad. Siendo María, en virtud de la elección divina, la Madre del Hijo consubstancial al Padre y « compañera singularmente generosa » en la obra de la redención, es nuestra madre en el orden de la gracia ».99 Esta función constituye una dimensión real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia.

39. Desde este punto de vista es necesario considerar una vez más el acontecimiento fundamental en la economía de la salvación, o sea la encarnación del Verbo en la anunciación. Es significativo que María, reconociendo en la palabra del mensajero divino la voluntad del Altísimo y sometiéndose a su poder, diga: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 3). El primer momento de la sumisión a la única mediación « entre Dios y los hombres » —la de Jesucristo— es la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de Nazaret. María da su consentimiento a la elección de Dios, para ser la Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo. Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo fruto de la donación total a Dios en la virginidad. María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que « consagra » totalmente una persona humana a Dios. En virtud de este amor, María deseaba estar siempre y en todo « entregada a Dios », viviendo la virginidad. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » expresan el hecho de que desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo. Y toda su participación materna en la vida de Jesucristo, su Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo con su vocación a la virginidad.

La maternidad de María, impregnada profundamente por la actitud esponsal de « esclava del Señor », constituye la dimensión primera y fundamental de aquella mediación que la Iglesia confiesa y proclama respecto a ella,100 y continuamente « recomienda a la piedad de los fieles » porque confía mucho en esta mediación. En efecto, conviene reconocer que, antes que nadie, Dios mismo, el eterno Padre, se entregó a la Virgen de Nazaret, dándole su propio Hijo en el misterio de la Encarnación. Esta elección suya al sumo cometido y dignidad de Madre del Hijo de Dios, a nivel ontológico, se refiere a la realidad misma de la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo (unión hipostática). Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » atestiguan esta apertura del espíritu de María, la cual, de manera perfecta, reúne en sí misma el amor propio de la virginidad y el amor característico de la maternidad, unidos y como fundidos juntamente.

Por tanto María ha llegado a ser no sólo la « madre-nodriza » del Hijo del hombre, sino también la « compañera singularmente generosa » 101 del Mesías y Redentor. Ella —como ya he dicho— avanzaba en la peregrinación de la fe y en esta peregrinación suya hasta los pies de la Cruz se ha realizado, al mismo tiempo, su cooperación materna en toda la misión del Salvador mediante sus acciones y sufrimientos. A través de esta colaboración en la obra del Hijo Redentor, la maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada vez más de « ardiente caridad » hacia todos aquellos a quienes estaba dirigida la misión de Cristo. Por medio de esta « ardiente caridad », orientada a realizar en unión con Cristo la restauración de la « vida sobrenatural de las almas »,102 María entraba de manera muy personal en la única mediación « entre Dios y los hombres », que es la mediación del hombre Cristo Jesús. Si ella fue la primera en experimentar en sí misma los efectos sobrenaturales de esta única mediación —ya en la anunciación había sido saludada como « llena de gracia »— entonces es necesario decir, que por esta plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo.

En el caso de María se trata de una mediación especial y excepcional, basada sobre su « plenitud de gracia », que se traducirá en la plena disponibilidad de la « esclava del Señor ». Jesucristo, como respuesta a esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para los hombres « madre en el orden de la gracia ». Esto indican, al menos de manera indirecta, algunos detalles anotados por los Sinópticos (cf. Lc 11, 28; 8, 20-21; Mc 3, 32-35; Mt 12, 47-50) y más aún por el Evangelio de Juan (cf. 2, 1-12; 19, 25-27), que ya he puesto de relieve. A este respecto, son particularmente elocuentes las palabras, pronunciadas por Jesús en la Cruz, relativas a María y a Juan.


Nuestra Hermandad, el domingo más cercano al 8 de mayo, celebraría en condiciones normales la Solemne Función en honor a la Mediación de Nuestra Señora