Victor García-Rayo Luengo
El pregonero de las Glorias en el año 2010, dedicó en su pregón unos versos llenos de emotividad y cariño a Pepín Tristán y su vinculación con Nuestra Señora Reina de Todos los Santos. Sin duda una persona de tremendo peso en nuestra Corporación y en su Banda del Maestro Tejera.
Ocurrió una noche, Monseñor, en la calle Feria. La muralla de la ciudad se enfrentaba al reflejo de la luna dibujado en sus propias piedras. Se detuvo el tiempo, vencía el hemisferio de la Esperanza que siempre llora. Algo sucedía en Omnium Sanctorum. Había cónclave en el cielo y llamaban a sus filas al hombre de la chaqueta azul, las manos a la espalda y la seriedad en el rostro. Los miembros de la banda de música se miraban unos a otros. Un destello azul y fugaz se hacía presente delante de los hombres que tocaban la corneta. Fue entonces cuando una pista de luz se llevó para siempre al director de la banda. Había cónclave en el cielo. Pepín era llamado a la gloria.
Ocurrió una noche, Monseñor, en la calle Feria. La muralla de la ciudad se enfrentaba al reflejo de la luna dibujado en sus propias piedras. Se detuvo el tiempo, vencía el hemisferio de la Esperanza que siempre llora. Algo sucedía en Omnium Sanctorum. Había cónclave en el cielo y llamaban a sus filas al hombre de la chaqueta azul, las manos a la espalda y la seriedad en el rostro. Los miembros de la banda de música se miraban unos a otros. Un destello azul y fugaz se hacía presente delante de los hombres que tocaban la corneta. Fue entonces cuando una pista de luz se llevó para siempre al director de la banda. Había cónclave en el cielo. Pepín era llamado a la gloria.
Y San Pedro despertó a la madrugada.
Santa Marta daba luz a ese quebranto.
San Esteban ordenó callar cornetas,
San Antonio dio Buen Fin a sus encantos.
San Julián llamaba a filas los luceros
y San Gil, santo varón, lloraba tanto
que en Santiago la traición besaba el trance
y la banda de Tejera se iba andando.
San Gonzalo puso el sol en la cuneta.
San Benito presentaba aquellos clavos
y lloraba en Santa Cruz una cometa.
Y Pepín llegaba al cielo de los palios.
La Lanzada se clavaba en San Martín,
Santa Ana lo vio todo allá en lo alto.
San Román cogió la cruz y se echó a andar.
Racheaban más despacio Los Gitanos.
Y una perla que brilló en Santa Marina
daba luz en San Lorenzo a un Dios morado.
San Onofre se quedaba en turno y vela
y San Luis besó las cuentas del Rosario.
Y de noche el director llegaba al cielo,
y en el cielo lo abrazaba San Ignacio.
San Vicente le ofreció Siete Palabras
y Pepín le puso Hemanos Costaleros
Es por eso que Santa Ángela lloraba
y la banda de Tejera iba tocando
Y la Virgen en lo alto le miraba.
Y la Virgen de repente abrió sus brazos.
Y se puso fin al cónclave del cielo
y la música murió en aquellos labios.
Ocurrió en la calle feria aquel verano,
sonreía la Esperanza desde el Arco.
Y Pepín Tristán al fin llegaba al cielo,
que era el cielo de los buenos sevillanos.
Y cuentan que su gesto no era serio.
Y que agarró para siempre su manto.
Y que entonces sólo dijo seis palabras:
Santa Marta daba luz a ese quebranto.
San Esteban ordenó callar cornetas,
San Antonio dio Buen Fin a sus encantos.
San Julián llamaba a filas los luceros
y San Gil, santo varón, lloraba tanto
que en Santiago la traición besaba el trance
y la banda de Tejera se iba andando.
San Gonzalo puso el sol en la cuneta.
San Benito presentaba aquellos clavos
y lloraba en Santa Cruz una cometa.
Y Pepín llegaba al cielo de los palios.
La Lanzada se clavaba en San Martín,
Santa Ana lo vio todo allá en lo alto.
San Román cogió la cruz y se echó a andar.
Racheaban más despacio Los Gitanos.
Y una perla que brilló en Santa Marina
daba luz en San Lorenzo a un Dios morado.
San Onofre se quedaba en turno y vela
y San Luis besó las cuentas del Rosario.
Y de noche el director llegaba al cielo,
y en el cielo lo abrazaba San Ignacio.
San Vicente le ofreció Siete Palabras
y Pepín le puso Hemanos Costaleros
Es por eso que Santa Ángela lloraba
y la banda de Tejera iba tocando
Y la Virgen en lo alto le miraba.
Y la Virgen de repente abrió sus brazos.
Y se puso fin al cónclave del cielo
y la música murió en aquellos labios.
Ocurrió en la calle feria aquel verano,
sonreía la Esperanza desde el Arco.
Y Pepín Tristán al fin llegaba al cielo,
que era el cielo de los buenos sevillanos.
Y cuentan que su gesto no era serio.
Y que agarró para siempre su manto.
Y que entonces sólo dijo seis palabras:
sólo acertó a musitar: ¡Mi Reina de Todos los Santos!
Victor García-Rayo Luengo