Yo quisiera tener,
cuando me acerco,
a la Sagrada Mesa:
los labios de corales,
por dientes bellas perlas,
la lengua escarchada de rubíes,
la garganda tapizada,
con la fina seda,
el corazón cuajado de granates,
de diversas facetas,
el alma de blancor y perfume,
de la casta azucena.
Yo quisiera tener,
cuando me acerco,
a la Sagrada Mesa,
el valor suficiente,
de rechazar los halagos de la tierra,
y convertir mi pecho en un Sagrario,
donde Jesús de mí jamás se fuera.
Marina Bonilla Gálvez (1967)
