Queridos hermanos y hermanas:
El próximo miércoles, 1 de mayo, celebraremos la memoria de San José
Obrero, la fiesta cristiana del trabajo. Saludo cordialmente a todos los
trabajadores de la Archidiócesis, a cuantos no tienen trabajo o lo
realizan en condiciones precarias o que degradan su dignidad. Saludo
también a los jóvenes, víctimas más directas de la crisis económica,
junto con las mujeres y los inmigrantes. Manifiesto a todos mi
solidaridad y cercanía. Saludo también a cuantos vivís la fe y el
compromiso cristiano cerca del mundo de los trabajadores, los miembros
de la HOAC, la JOC, Hermandades del Trabajo y la Delegación Diocesana de
Pastoral Obrera.
El mundo obrero, al que este organismo diocesano quiere servir, está
sometido hoy a una profunda transformación y se da en él una gran
variedad de situaciones. El mundo obrero se encuentra en la industria y
los servicios, en el campo, el mar y la emigración. Está formado por
quienes trabajan legalmente y por los que lo hacen en la economía ilegal
o sumergida. Esta formado, sobre todo, por los seis millones de
parados, muchos de los cuales viven situaciones límite como consecuencia
de la pérdida del subsidio de desempleo, de la casa en ocasiones, y en
tantos casos la pérdida de la esperanza, que ha llevado a algunas
personas a la desesperación y al suicidio, y en el mejor de los casos a
depresiones y graves trastornos psicológicos.
Quienes tienen trabajo, a
menudo sufren contratos intermitentes o a tiempo parcial, o han sufrido
un recorte en sus retribuciones. En consecuencia, en nuestros barrios
abundan familias con dificultades de subsistencia y grandes penurias.
Particularmente sangrante es el caso de tantos jóvenes, en ocasiones muy
bien preparados, sin esperanza de obtener un primer empleo, o si lo
tienen, sometidos a una continua movilidad, con salarios bajos,
inseguridad en el trabajo y la amenaza siempre latente del despido, que
les impide programar su futuro y fundar una familia.
Dando por bueno que no es justo identificar al mundo obrero con el mundo
de los pobres, es también verdad que una parte muy considerable del
mundo de los pobres pertenece al mundo obrero, porque existe una
relación estrecha entre las situaciones laborales a las que me acabo de
referir y el mundo de la pobreza y la marginación. La comunidad
cristiana no puede vivir de espaldas a estas situaciones. “La Iglesia
–escribió el Papa Juan Pablo II en Laborem exercens- está vivamente
comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su
servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo”. Por ello, ha de
prestar una atención y dedicación especial al mundo del trabajo. Así lo
ha hecho a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, en que ha ido
enriqueciendo su Doctrina Social, que hoy, en un contexto de liberalismo
económico arrollador, es más necesaria que nunca.
En ella se pondera la necesidad de poner en primer plano la dimensión
humana del trabajo y de tutelar la dignidad de la persona, pues la
referencia última de la vida económica no puede ser el capital y el
lucro, sino el hombre, creado a imagen ysemejanza de Dios. El trabajo responde al plan de Dios. A través de él,
desarrolla la obra de la creación y participa de su poder creador. De
ahí la enorme dignidad del trabajo, que debería ser siempre ocasión de
crecimiento de las personas y de la sociedad, y de desarrollo de los
talentos personales, para ponerlos al servicio del bien común, en
espíritu de justicia y solidaridad.
Hoy, más que nunca la Iglesia necesita militantes cristianos en el mundo
obrero, que desde la comunión profunda con Jesucristo y la fidelidad a
los trabajadores, proclamen el Evangelio del trabajo, evangelicen a sus
compañeros, sean levadura, luz y sal en los lugares de trabajo, realicen
un discernimiento cristiano de los acontecimientos que afectan a los
trabajadores, alcen la voz ante situaciones de injusticia o de
explotación y, sobre todo, anuncien a Jesucristo vivo con la palabra y
con el testimonio luminoso de su propia vida. Condición inexcusable es
la comunión con la Iglesia, pues como dijera Benedicto XVI a los
movimientos apostólicos obreros, “sólo una adhesión cordial y apasionada
al camino eclesial garantizará la identidad necesaria, que se hace
presente en todos los ámbitos de la sociedad y del mundo, sin perder el
sabor y el aroma del Evangelio”.
Promover laicos cristianos con estos ideales es la tarea propia de la
Delegación de Pastoral Obrera, que goza del apoyo explícito del
Arzobispo. Ojala sean muchos los sacerdotes, consagrados y laicos que se
impliquen en esta pastoral específica, para testimoniar a Jesucristo y
su Evangelio en el mundo del trabajo, el único camino válido para la
reconstrucción de la persona y de la sociedad.
Para todos, y muy especialmente para los militantes cristianos en la Pastoral Obrera, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina