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PREGÓN DE LAS GLORIAS 2009

Francisco Javier Segura Márquez pregonó las Glorias de María el pasado 16 de Mayo en la Catedral Hispalense, deleitando a los presentes con un fragmento dedicado a la Reina de Todos los Santos:


El cielo… ¡Palabra tan pequeña para concepto tan grande! El cielo debe ser como una calle Sol cuando vuelve María Auxiliadora, una calle Imperial llena de la Virgen de la Luz, una calle Vidrio que roza los guardabrisas de la Alegría, una Plaza de Rull enjalbegada con nardos de los Humeros, una Catedral entera para la Virgen del Rosario del Dos de Mayo.

Yo imagino el cielo parecido a la peana de la Reina de Todos los Santos, y en esa peana subidos Todos los Santos de las Glorias de Sevilla. Por eso yo pongo sobre las nubes sostenidas por tres ángeles atlantes, a San José Obrero y Santa Lucía, por lo que sus dos hermandades representan.

San José Obrero, porque merece un lugar especial, porque hay que agradecerle a los Padres Mínimos lo que han hecho por esa feligresía. Santa Lucía, porque lo han pasado muy mal por culpa de los amigos de lo ajeno, porque esa mirada alzada al Señor vale un imperio, porque "el cuchillo y la llama" no han podido con esta Hermandad Primitiva llena de gente tan buena y entregada.

A ellos dos voy a subirlos en la peana de la Reina de Todos los Santos en el cielo. San José y Santa Lucía abrirán el camino a Todos los Santos titulares de las Glorias de Sevilla, ofrecidos por sus Hermandades para ocupar tan privilegiado lugar. La Gloria de los Santos, allí arriba, debe ser como la peana de la Reina que regaló aquel carpintero.


El cielo debe de ser
igualito a tu peana.
Todo de rayos de sol
y asientos de nubes blancas.

Ángeles de tres en tres
custodiando las entradas,
con guirnaldas de luceros
que lo adornan y engalanan.

El cielo debe de ser
similar a la magnánima
obra de aquel carpintero
humilde que la ofrendara.

Y es que yo imagino el cielo,
mi Reina, puesto a tus plantas,
y tú dando bendiciones
con esa mirada baja,
con la finura exquisita
de esas tus manos de nácar.

Yo imagino que la luz
de tus mantos se derrama,
atardece sobre el rojo
y en el rosa se levanta
y en el celeste da lumbre
a la gloria allí encumbrada,
y en el verde se mantiene
de los santos la Esperanza.

Yo imagino los luceros
que se enredan y se alargan,
y hacen de tus candelabros
constelaciones tan altas.

Así debe ser la gloria,
lo mismo que tu peana.

Y siendo la gloria así,
es normal que en ella haya
sitio para nuestros Santos
cual lo hay en tu peana.

Lorenzo, Basilio, Pedro,
José, Catalina, anda,
dejadme libre las nubes
que tiene Ella a sus plantas.

Se queda Santo Domingo
el que el Rosario rezara,
San Román y San Julián
lo veneran y lo ensalzan.

En vuestro sitio pondré
otra vez al Patriarca.

Pongo a mi amigo y vecino,
al protector de mi casa,
pondré a mi San José Obrero,
que desde siempre me guarda.

Doy las gracias por los años
de azul y blanca medalla,
de llevarle en esa ofrenda,
sólo, sólo, flores blancas.

Doy las gracias por los años,
que en la procesión sacaba
las Reglas y la Bandera
de María Inmaculada.

Los años que la Velá
San José Obrero cruzaba,
y el son de los cacharritos
se fundía con las marchas.

Gracias por verlo en Jabugo
entre el verdor de las ramas,
y verlo por Filpo Rojas
cuando de noche alumbraban
aquellas velas azules
en candelabros de plata.

Esos recuerdos de niño
de mi mente no se apartan.

Por eso viene el primero
a subirse a la peana.

Detrás traigo aquella Virgen
y Mártir que siempre estaba
esperando cada lunes
la devoción entregada.

Junto al cuarto de jarrones
Concha salía y entraba,
y vendía en la mesita
con los rezos las estampas,
dedicadas a la luz
de Cristo, Lucía santa.

A José y Santa Lucía
voy a sumar, lista larga,
los santos cotitulares
de las Glorias sevillanas.

Pongo ante ti a San Onofre
y a Juan XXIII el Papa,
San Benito y San Fernando
con su oración y su espada,
San Leandro y San Ignacio,
y la virtud de Santa Ángela,
y el ayuno y el retiro
de San Francisco de Paula.

Beato Manuel González
y Spínola te regalan,
arzobispos en el cielo,
la púrpura de sus capas.

San Mateo, de los Sastres,
y San Juan, querido en tantas,
van a escribir su Evangelio
inspirándose en tu cara;
vendrá abrazado al Pilar
Santiago, Patrón de España.

Va a tener, Madre, tu Niño
quien lo atienda ¡más faltaba!
Estará la Magdalena
de la Hiniesta Coronada,
y entregada a sus labores,
de Lázaro allí la hermana,
que la Virgen de Araceli
me pide que en la peana,
ponga el amable servicio
de su amiga Santa Marta.

Va también Santa Marina
por mi Pastora decana,
Juan Bautista de la Salle
viene a darnos su enseñanza,
San Juan Bosco trae el empuje
de la casa Salesiana,
Antonio María Claret
cambia el corazón en llamas
Inmaculado por éste,
de la Medianera plácida,
y para cerrar la escena,
de la Antigua y Torreblanca,
pongo a tus pies la humildad
de San Antonio de Padua.

¡En el cielo no hay medida!
¡Así es la gloria ensoñada!
Está la Reina en un trono
igualito a su peana!
San Miguel y San Gabriel,
el manto de cielo abrazan,
y hay ángeles que sostienen
letanías de alabanza.

¡Yo no lo imagino más!
¡Yo voy a verlo en tu casa!
¡Yo soñaré con tus hijos,
que el día en que te crearan,
se asomó Roque Balduque
al Edén una mañana!

Y te hizo porque vio
lo que a mi vista entusiasma:
¡Todos los Santos del cielo
de rodillas te rezaban!
Y aquel carpintero pobre
vio lo mismo, luz de mi alma,
cuando con sus pobres gubias
hizo el cielo en que descansas.

¡Bendito aquel carpintero
que trajo a la calle Ancha
un trozo de paraíso
para tallar tu peana!